Brilla la luna, parpadean las estrellas, duermen las ideas, pero no los sueños. Siempre supo que la noche estaba hecha para ella. La soledad en la oscuridad, los pensamientos lúcidos y la imaginación saltando fuera de lo establecido. La noche, su fiel compañera durante los últimos años, dueña de las lágrimas de frustración por llegar siempre tarde y de los reencuentros con su alma. ¿Y qué haría yo sin ella? Sin su tranquilidad inquietante, su silencio ensordecedor, su pasión fría y su compás arrítmico. Me busco y me pierdo entre sus horas, durante las cuales he sido niña, esposa, amante y mujer desconsolada.
Tiempo al tiempo dije siempre, pero la espera se prolonga demasiado y la impaciencia hace mella en los que nacimos con el alma inquieta, curiosos por nuestro alrededor, ansiosos por aprovechar cada segundo de nuestro tiempo y descubrir personas, lugares, sensaciones que apacigüen los latidos sofocados de nuestro corazón. Y es que esta vez no pienso esperar al tiempo porque él nunca se paró a esperarme.
“Tú que tanto has besado
tú que me has enseñado,
sabes mejor que yo que hasta los huesos
sólo calan los besos
que no has dado,
los labios del pecado.”
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