Los primeros rayos de sol la despertaron al amanecer. La ciudad empezaba a cobrar vida y el sonido
del tráfico era intenso y molesto. Otra vez iba a dormir poco por culpa de
aquel maldito murmullo que se acentuaba por momentos. Sintió como
la frustración le empezaba a recorrer lentamente todo el cuerpo. Sabía que
aquello le iba a hacer enfadarse nuevamente nada más levantarse, y odiaba esa
sensación.
No esperaba encontrarse con
aquellos brazos que la abrazaran y con aquel tierno beso que la hizo olvidar
por un instante que su cuerpo yacía en la cama, que formaba parte del mundo real
y no podía escapar de él. Al buscar su boca, se encontró con sus ojos negros,
que la miraban fijamente, convenciéndola de que valía la pena luchar un día más
y salir a la calle a buscar una nueva vida.
De pronto, la luz de la mañana le
cegó los ojos y, al abrirlos, todo se había desvanecido. Se acurrucó bajo las
sábanas y comenzó a llorar.