Ya anciano, cansado, se despertó otra mañana y se limitó a mirar por la ventana, como había hecho durante muchos años, cada amanecer. Gentes que se desplazan de un lado a otro, que gritan, que compran, que venden. Caras tristes, desquiciadas, sin brillo y, de vez en cuando, quizás no con suficiente frecuencia, una sonrisa. Niños que lloran, que piden, que abrazan y que juegan. Todo junto en la misma avenida y el mismo parque, prácticamente invariables a pesar de que el tiempo no se para y las cosas deberían cambiar más de lo que lo hacen. Cambiar… A lo largo de su vida había tomado muchas decisiones y, todas y cada una de ellas, le habían llevado a lo que hoy era: un hombre cansado, pero feliz. Nadie podía arrebatarle las experiencias que cargaba sobre sus espaldas y la claridad con la que veía cada aspecto de su vida. Saber lo que quería le había costado muchas lágrimas, tanto antes como después de ser consciente de ello.
Apartó un poco más las cortinas para ampliar su panorámica. Confusión, indecisión, eso era lo que marcaba la vida de esas personas. Contradecirse constantemente por tener miedo a perder, a equivocarse. Qué sencilla sería la vida si todo el mundo fuera consecuente con cada decisión, si la culpabilidad solamente apareciera cuando ocurriera realmente algo inesperado, y no con cada estupidez que cualquier ser humano puede cometer. Errores… Aferrarse al dolor había sido uno de ellos durante una larga época, cuando la soledad asustaba y la precipitación se sucedía una vez tras otra: palabras no pensadas, sentimientos malinterpretados, orgullo inútil que sólo hizo que complicarlo todo, entrelazando fuego y agua hasta conseguir apagar la llama de su corazón. Pero como el ave Fénix, uno siempre es capaz de resurgir de sus cenizas y la tranquilidad de saberse a día de hoy conocedor de todos sus límites lo hacía un viejo sabio y satisfecho de su existencia. Tan sólo era cuestión de confiar en que, algún día, las generaciones se preocuparían un poco más de escucharse las unas a la otras y aprenderían que, a pesar de todas las inclemencias que puedan sucederse a lo largo de las estaciones, siempre existe un techo, nuestro propio techo, bajo el cual uno puede reconstruir su vida y empezar a ser feliz.
“Aquel que ya perdió algo que daba por hecho (algo que ya me ocurrió tantas veces) al final aprende que nada le pertenece. Y si nada me pertenece, tampoco tengo que perder mi tiempo cuidando cosas que no son mías; mejor vivir como si hoy fuese el primer (o el último) día de mi vida.”