lunes, 15 de agosto de 2011

Out of control.

Cerró los pesados párpados y las imágenes del día transcurrido se sucedieron una tras otra. Era un ejercicio que le gustaba practicar, la ayudaba a retener un rato más en la memoria las palabras, los gestos, los pasos andados. Sabía que, invariablemente, cuando abriera los ojos a la mañana siguiente todo sería difuso y dejado de forma permanente en el pasado sin posibilidad de poder recuperarlo. Se había malacostumbrado a torturarse por todos los deseos no pronunciados, y la sensación de estar equivocándose la acompañaba como si formara parte de su propio cuerpo. Maldecía su impaciencia, esa energía que la quemaba por dentro y era la causa de la mayoría de sus errores. La sentía en cada poro de su piel, en cada segundo del reloj, en las paredes de aquella habitación que parecía que iban a arrancarle la juventud y los pocos años de vida de los que disponía. Quería deshacerse de ella a toda costa, vivir no consiste en pensar continuamente en cuál va a ser el siguiente paso y esperar nervioso a que suceda, es algo más, la belleza del caos, de las acciones no predichas, de una mirada fugitiva y un beso robado. Y ahora… todo estaba fuera de control. Su corazón palpitaba de nuevo, expectante al haber descubierto unos ojos que derramaban vida. Toda su atención se centraba en apartar el miedo que la paralizaba. Podemos borrar los recuerdos, pero no la sensación de volver a experimentar algo que durante años ha fracasado. Y el miedo al fracaso era el peor de sus enemigos.

Las heridas no se cierran solas, quedan selladas durante años a la espera de que aparezca alguien que con su paciencia y dedicación termine de sanarlas. Deseaba con toda su alma que fuera él quien lo hiciera. Cicatrizar tantos años de soledad, volver a sentir.

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