Los ojos enrojecidos por las lágrimas. Las manos temblorosas. El cabello esparcido de cualquier manera. Y la mirada muy lejos, fuera de esta sala, de este planeta. Observarla en la distancia y sentir que la comprendes demasiado bien, porque un día el naufragio también llegó a tu vida, aunque has sabido salir a flote las veces suficientes como para seguir respirando. Y querer parar el tiempo y ahuyentar ese dolor que la aflige, que la rompe por dentro. Arrancarles el corazón a aquellos que no sienten, para que tengan un verdadero motivo para no hacerlo. Coser los pedazos del tuyo, porque no te mereces lo que está ocurriendo, y tu dolor arranca también mis lágrimas. Quizás no tenga fuerzas para mí, pero sí que las tengo para las dos, para huir de esta ciudad helada, con sus habitantes insensibles y sus palabras desgarrantes.
Porque como tú dijiste una vez: “no more ice-hearted people”. Y que la vida nos llene de nuevo de alegría. Volver a lo que éramos. Volver a enloquecer.
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