martes, 22 de marzo de 2011

Transparencia.

La intensidad de la lluvia la despertó aquella mañana. La realidad se abría paso como con prisas, tropezando con las imágenes de una noche de sueños intensos. “Sólo cinco minutos más, cinco minutos más y vuelvo a enfrentarme a la vida.” Se desperezó un poco y se quedó mirando al techo con la mente medio vacía, ordenando los primeros pensamientos de la mañana. Muchas cosas por solucionar, demasiadas conversaciones pendientes. Horas y horas de diálogos callados por miedo a equivocarse, a dar un paso en falso y cargar con el error toda una vida.

Y pensó en lo sencilla que sería la vida si todo el mundo fuera transparente, sincero con uno mismo y también con los demás. Si se dejaran atrás las sonrisas fingidas, la fortaleza obligada, la tranquilidad aparente. Y llorar cuando viniera la tristeza, abrazar cuando se necesitara cariño, gritar cuando la presión aplastara, rendirse a la locura. Porque al fin y al cabo, ¿y si ese exceso de razón fuese lo que deja desnutrida la vida?

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