Se sumergió en el agua. Los pensamientos retumbaban en su cabeza desde hacía demasiadas horas y no sabía cómo pararlos. Muchas posibilidades por contemplar, decisiones acertadas o erróneas, miles de caminos distintos. ¿Cómo elegir el correcto cuándo parece que el universo entero conspire para que todo salga mal? ¿Cómo afrontar la situación y arreglarlo todo sin hacer daño a nadie? Cogió aire y se zambulló bajo la templada agua. Y comenzó a nadar. Siempre le resultó gracioso sentirse tan cómoda en un medio que evolutivamente no era el suyo, para el que su cuerpo no estaba preparado. Pasaban los minutos y su corazón empezó a notar la falta de aire, los pulmones empezaron a quemarle, pero lo pensamientos desaparecían. Encontrar el equilibrio entre calma y dolor, esa era la cuestión. Y cuando parecía que no lo iba a conseguir, notó la fría piedra del otro extremo de la piscina en sus dedos, y salió a la superficie. El aire entró a bocanadas de nuevo en sus pulmones, que pedían oxígeno casi enloquecidos. Todo era distinto ahora, una extraña paz había calado en el fondo de su alma. ¿Por qué no intentarlo una vez más? Nadie le había enseñado jamás a rendirse, así que no iba a contemplar esa opción.

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