domingo, 23 de enero de 2011

Bajo la luz de un amanecer

“Probablemente lo que más me sorprendió de ti al conocerte fue tu amor por la soledad, la sensación de que tus labios, entre susurros, me conducirían a un mundo aún desconocido.”

Tal vez el tiempo haya borrado ya el recuerdo exacto del día en que nos encontramos. Tú estabas allí sentado entre la danzante hierba de aquel parque, saboreando la suave brisa del amanecer, ansioso por ver la luz en el horizonte… Quizá lo que me llevó a acercarme a ti fue la curiosidad, eras distinto a los demás, ¿sino que hacía a estas horas un chaval de unos 18 años por aquí? Aunque la verdad, no podía hablar de nada extraño, pues yo tenía 16.

Observé tu rostro iluminado aún por una tenue luz. Piel morena y brillantes ojos marrones. No me dio tiempo de más, me descubriste.
            “- Perdona, no sé si te he molestado – recuerdo que fueron mis primeras palabras-.
- No, no, tranquila, siéntate, me ha hecho gracia verte allí escondida.”

Me lo dijiste con tal sonrisa y tanta naturalidad, que perdí mi timidez y me senté junto a ti, entablando una conversación casi mística. No eras de aquí, se notaba en tu acento, así que ya había encontrado la forma de empezar a conocerte. “Soy de Jaén. Estoy aquí de visita a unos familiares”. Y ya no hubo quien te parase, me introdujiste en tu vida y yo a ti en la mía. Encontré en tu mirada una confianza nunca antes conocida. Me hablaste de tu pasión por las pequeñas cosas, de tu curiosidad ante lo desconocido, eras como un niño. Yo te hablé de sueños, también de defectos y miedos. Me atrapaste, te miraba atenta, eras libre como yo y así lo sentía. Me dabas tu aura, no pasaba el tiempo, allí seguíamos tú y yo, dentro, muy dentro…

Mi corazón se acelera aún cuando vuelvo atrás entre mis recuerdos. Tu mano acarició cariñosamente mi mejilla, nuestras miradas se encontraron un instante eterno, tus pupilas me describieron lentamente tu interior y, bañados por los tímidos rayos dorados del amanecer, tus labios susurraron “te quiero”, se acercaron a mi boca y me besaste. Beso sensual, tierno, fugaz, ardiente… Todo mi cuerpo se estremeció mientras nuestros alientos se fundían.

Supongo que todo surgió tan deprisa porque no teníamos mucho tiempo y, durante 10 días, fuimos dos almas unidas por nuestra propia existencia, buscadoras de una verdad escondida, ansiosas por aprender los secretos de la vida. Pero finalmente tuviste que marcharte. Sentí que perdía una parte de mí, que poco a poco se fue llenando por los lazos que aún nos unían en la distancia. Pasábamos meses sin vernos, pero tu voz y tus versos reflejados en tinta sobre un papel me hacían cada día más fuerte, sabiendo esperanzadamente que pronto volvería a verte.

Crucé muchas veces España para poder estar a tu lado. Viajes interminables en autobús, perdiendo mi mirada entre los paisajes imaginando como sería nuestro reencuentro. Mi mente nunca llegó a predecir con exactitud ese momento, me sorprendías de tantas maneras distintas… Aunque había cosas que nunca cambiaron, tu sonrisa al verme, nuestras lágrimas después de tanto tiempo echándonos de menos… Bajo la luz de la luna aprendimos a amar, el espacio y el tiempo dejaban de existir para que la mente fluyese entre sensaciones que quedaron grabadas con claridad en mi mente. Nos confiamos nuestros mayores secretos y aprendimos a expresarnos en silencio, sin necesidad de palabras. No todo era perfecto, me lo demostraste muchas veces, pero aceptar tus defectos y reírnos de las discusiones absurdas era quizá lo que nos hacía ver que no hay una verdad exacta, en el fondo éramos muy diferentes. Nuestros caminos eran paralelos, no quería seguirte y tener miedo de lo que te había mostrado la experiencia, sino andar junto a ti, cometer errores para encontrarle el verdadero sentido a las cosas, sollozar entre lágrimas hasta sentir que me descomponía y me fundía con el aire, para más tarde hacer brillar una sonrisa y seguir adelante.

Sé que no te gustaba verme llorar pero hoy sigo sin poder evitarlo. Caíste enfermo. Tumor cerebral sin tratamiento ni operación. El tiempo, desgarrante, me robaba lentamente la luz de tus ojos, tus sonrisas, tus labios… Luché contra él, aún así, ocurrió lo inevitable. Noté como se quebraba mi respiración, mi mirada se perdió y lloré. Derramé lágrimas cada noche durante un mes eterno. Quise ocultarme tras mi corazón pero algo me decía que ese no era el camino correcto. Una mañana, regresé al lugar donde tu magia me hechizó por primera vez y reflexioné. Volví a hacerlo cada semana, en soledad para poder pensar mejor, y así he seguido adelante.

Tú me has enseñado que el dolor es algo a lo que no se debe temer y que no es insoportable. Me has mostrado una verdad: “que no sirve de nada intentar cambiar el pasado y tampoco olvidarlo, puesto que siempre seguirá ahí y, por lo tanto, debemos aprender a asimilarlo y a aceptar cada recuerdo como una fragancia más en lo que es la esencia de la vida”. Por todo eso sé que puedo vivir en un mundo tan sólo con tu alma, en cada sorbo de aire respirar la vida, que continúa a pesar de todo y sólo es el preludio de nuestro reencuentro.

“Tus labios, entre susurros, me han mostrado tantas cosas… Así que hoy, probablemente lo que más me sorprende de mí, es mi amor por la soledad.”

Escrito el 20-04-2006



"A veces no nos dan a escoger entre las lágrimas y la risa, sino sólo entre las lágrimas, y entonces hay que saberse decidir por las más hermosas"





2 comentarios:

  1. Escirto el 2006... pues flipa, piel de gallina. Me gusta la reflexión del penúltimo párrafo, supongo que con eso no hay más que añadir.
    Seguiré pasando por aquí, que vaya bien!

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  2. Precioso. Ya te lo dije que me había encantado. Muy triste, muy tuyo, personal, íntimo. Un texto en el que encontramos una parte nuestra reflejada los que somos en cierta manera adictos o amantes, como se le quiera decir, de la soledad. Escribe siempre que tengas iluminaciones como estas :)

    Un besito marida!

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