Supongo que todo sería mucho más sencillo si supiéramos darnos cuenta de nuestros errores justo en el momento en que los cometemos, y no cuando ya es demasiado tarde, cuando el orgullo se antepone y decides dejar que la vida continúe, guardar esa pequeña espinita clavada con la esperanza de que algún día desaparezca y dejes de recordar que en aquel momento no hiciste lo correcto, que no valoraste con suficiente objetividad la situación, que no te diste cuenta de que podías perder a esa persona para siempre. Y a pesar de que nunca esté todo perdido, el tiempo va pasando y ya no te atreves, no te atreves a mirarle a los ojos, a dirigirle una sola palabra, a reconocer que te gustaría continuar en su vida pero que no te ves con fuerzas por miedo al rechazo, por miedo a que tan solo fueras un minuto de su vida que ya ni siquiera recuerda, que no ha valorado nunca. Es entonces cuando no sabes si sentir rabia o pena, te planteas de quién fue realmente ese error, si mereces o no el resultado de todas aquellas vivencias, de todos aquellos momentos más o menos buenos que le diste, de las palabras no dichas y los gestos malinterpretados.
Y te miro, y veo en ti a alguien que jamás ha visto más allá de si mismo, me planteo si realmente alguna vez te conocí, si sé quién eres, si merece la pena intentar conocerte de nuevo, o morir en el olvido. Luché mucho por algo sin sentido, ignoré todas las señales que me decían que todo acabaría mal, que me estaba equivocando, que me iban a romper el corazón de nuevo cuando todavía no había tenido tiempo de empezar a coser los pedazos rotos de la decepción anterior. Pero preferí darle más valor a la esperanza que a la intuición, regalarte lo poco que quedaba de mi para que lo destrozaras, no tenía nada más que perder, y lo poco que pudiera ganar, siempre iba a estar ahí, en mi recuerdo.
El tiempo sólo me ha hecho un poquito más de hielo, más desconfiada y cuidadosa con cada persona que conozco, me ha convertido en una persona más muerta, más decepcionada y con menos ilusión por encontrar aquello que empiezo a creer que en realidad no existe. Aún así, cada mañana sonrío, sonrío por lo que aún está por llegar, por todas esas personas que me alegran la vida y consiguen hacer que olvide todo aquello que en este preciso momento no es solucionable, la impaciencia siempre fue mi mayor defecto… Seguiré sonriendo mientras exista un futuro, hasta que se paren los segundos y mi corazón deje de latir. Y que el tiempo me deje donde tenga que estar.
Amaneceres en la Vila |